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La sorprendente vida en Malvinas, hoy

Tras la guerra, el gobierno de las islas viró a un perfil social demócrata. Los problemas: el alcohol, los chismes e Internet. En medio de la noche densa, apenas iluminada por unos faroles que la niebla vuelve espectrales, Ros Road –el boulevard costero en Puerto Argentino (o Stanley, como le dicen los lugareños)– luce desolador. Pero nunca […]

Tras la guerra, el gobierno de las islas viró a un perfil social demócrata. Los problemas: el alcohol, los chismes e Internet.

En medio de la noche densa, apenas iluminada por unos faroles que la niebla vuelve espectrales, Ros Road –el boulevard costero en Puerto Argentino (o Stanley, como le dicen los lugareños)– luce desolador. Pero nunca lo que parece, es: por suerte. Aunque la calle esté vacía, en algún lado –seguro– que hay una fiesta. En algún lado se baila, se juega a los dardos, se escucha música fuerte y se toma alcohol potente. Y, encima, si es sábado, la fiesta se multiplica.

La policía militar vigila frente al bar Globe que no haya violencia, un sábado por la noche.

Sábado a la noche: la policía militar vigila frente al bar Globe que no haya violencia.

A los parroquianos locales se les sumarán las tropas británicas con ganas de romper la monotonía de la vida en la base de cuarteles marrones. Entrarán unos tipos de cuello ancho, caja torácica portentosa, brazos que parecen robots de una terminal automotriz y un pelo rubio cortado como el pasto de un jardín con enanos. En ese momento, el clima de uno de los ocho pubs –digamos The Globe– adoptará también la potencia elevada de sus cuerpos en movimiento.

 

Pero todo –los alaridos, las danzas intramasculinas y los coqueteos– terminará a las 23:30. Y eso porque es sábado. En un día de semana, Cenicienta tiene cita con su zapallo a las 21:30. Y se acaba la joda. La Policía estará ahí para recordártelo. Habrá tipos que caminan en zigzag, como los borrachos de los dibujitos animados, y también otros que no pueden evitar el vómito en público.

Turistas argentinos juegan al fútbol en Puerto Argentino.

Turistas argentinos juegan al fútbol en Puerto Argentino.

Para un argentino, es difícil imaginar la cotidianidad en las Malvinas porque nos hemos acostumbrado a pensar al archipiélago en términos formateados por la guerra de 1982 y el conflicto de soberanía. Eso oculta un aspecto esencial: saber quiénes son sus habitantes, cómo son sus rostros y sus orígenes, cómo viven, qué sistema social, económico y político tienen, cómo es la geografía o su fauna. O cosas más sutiles como el gusto de la comida, el humor (o la falta de él), el sentido de la amistad, la forma en que hablan… Al final, todo resulta ser distinto a lo que podemos imaginar desde los arquetipos generados por la distancia aquí y allá, a 36 años de la guerra que nos traumatiza.

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El legado gauchesco, aún luego de nueve generaciones de británicos, es importante: sorprende el uso sistenido del chei (che) en la vida cotidiana.

Acaso por el recuerdo de los soldados con los pies mojados, me imaginaba a las islas con un paisaje horrible. Y, sin embargo, lo primero que me impactó fue la belleza de su territorio. La silueta caprichosa del archipiélago confunde el paisaje sin árboles entre verde y dorado de la estepa con el azul del mar, que te sorprende a cada rato, a veces del lado izquierdo del camino, luego del derecho, con sus lengüetas profundas. Hay playas de color azul Caribe, con arenas blancas, excepto que tienen pingüinos.

 

El legado gauchesco, aún luego de nueve generaciones de británicos de distintas procedencias, es impactante: The Camp, es el campo; hay una estancia que se llama Estancia y otra Bombilla; una zona grande de la Isla Soledad se llama Lafonia, por un señor que se llamaba Samuel Lafone, que venía de la Banda Oriental (Uruguay). Sin embargo, ningún dato resulta más interesante que el sostenido uso del chei (che) en el tiempo, que se emplea de la misma forma que en Argentina. “¡Hello, chei!” (¡Hola, che!), “¡Cheers, chei!” (¡Salud, che!).

El paisaje maravilloso de Yorke Bay, con sus arenas blancas y sus pingüinos.

El paisaje de Yorke Bay, con sus arenas blancas y sus pingüinos. Sospechan que la playa estaría minada.

Los gauchos fueron los que les enseñaron a los escoceses a andar a caballo y por eso todavía se dice rienda y montura en español. Pero las Malvinas ya no son habitadas sólo por los herederos rubios de esos highlanders (que fueron los que introdujeron las sempiternas ovejas), sino que es un lugar multicultural. Hay 60 nacionalidades, entre latinoamericanos, asiáticos y africanos. El 6 por ciento viene de Chile, por lo que el castellano (o chileno, dirían incorrectamente algunos) es el segundo idioma. Otro 10 por ciento proviene de una isla tropical: Santa Helena, donde murió Napoleón.

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En las islas viven 3.200 personas. Pero llegan unos 100 cruceros por año que aportan unos 55.000 turistas.

Hoy hay 3.200 habitantes, pero en los próximos años, piensan crecer a 5.000. Puerto Argentino ya tiene nuevos barrios, jardines con invernaderos cubiertos de plástico para poder cultivar verduras, aún con viento y frío. Con el aumento planificado de la población se intenta conservar el estilo de vida que se forjó después de 1982 y que transformó radicalmente a una sociedad que antes había sido dominada por una aristocracia latifundista dedicada a la producción lanar. Hoy es un sistema de corte social-demócrata en el que los gobernantes deben padecer el escrutinio directo de sus votantes hasta cuando van al supermercado. Son las delicias y defectos de vivir en un pago chico, donde todos se conocen y chusmean. Incluso uno, después de una semana, empieza a reconocer los rostros. Es una sociedad segura. El último asesinato ocurrió en 1980. Podés dejar las llaves en el auto y no pasada nada, afirman. Es lo que le gusta a Shupi Chipunza, que se mudó de Zimbabwe a Malvinas para criar a sus tres hijos. Con ellos y con su señora habla la lengua bantú shona. Conoció las islas porque trabajaba retirando minas. Ahora, coloca alfombras. “Tenemos los mismos derechos que un nativo”, dice.

Nuevos migrantes en Malvinas: la familia Chipunza, de Zimbabwe.

Nuevos migrantes en Malvinas: la familia Chipunza, de Zimbabwe.

Pequeña Noruega. Vamos hacia Darwin, que está en Lafonia, la “Texas Malvinense”. Allí está el cementerio argentino. “Antes de 1982, había que hacer este trayecto a caballo o en moto, lo que era bastante penoso”, nos cuenta John Fowler, nuestro guía. Fue sólo tras de la Guerra que aparecieron las rutas, aunque sólo están asfaltadas alrededor de la capital. Todavía, cuando se anda en The Camp, hay que agarrar huellas que están inscriptas desprolijamente en la turba, con lo cual los viajes se vuelven agotadores por el zarandeo tremendo que hay entre pozo y pozo. Por eso, el vehículo favorito de los isleños es el todoterreno Land Rover.

 

La Guerra es como un antes y después de Cristo, y no sólo por las heridas evidentes, sino porque la sociedad, la economía y la política se dieron vuelta. Unas islas que estaban condenadas a ir despoblándose, se transformaron en un eslabón más de la economía global.

Que te pudras en el infierno: eso dice el cartel con la foto del general Galtieri, en el baño del Victory Bar.

Que te pudras en el infierno: eso dice el cartel con la foto del general Galtieri, en el baño del Victory Bar.

Eso sucedió cuando los isleños empezaron a cobrar por las licencias pesqueras en lo que había sido la zona de exclusión marítima establecida alrededor de las 150 millas para el teatro de operaciones militares (luego se amplió a 200 millas). Lo que se explota son dos tipos de calamar que, en un 80 por ciento, terminan en paellas que se devoran en España.

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La red social más popular es Facebook. La conexión a internet es muy mala. Entre las doce de la noche y las seis de la mañana, la conexión es gratis.

A escala, en Malvinas hicieron lo que en Noruega: socializaron los beneficios de una economía de carácter fuertemente extractiva, ejerciendo una presencia estatal en casi todos sus rubros. Se disolvieron los latifundios, se dividió la tierra. Como resultado, tienen una sociedad más igualitaria que antes, en la que nadie se destaca por su riqueza personal (algo llamativo para una sociedad de clases como la británica). No hay pobres. La salud y la educación son gratuitas. Los tratamientos difíciles se realizan en Santiago o en Londres. Y en base a su performance académica, todos los años envían docenas de jóvenes a estudiar a las universidades británicas. El 85 por ciento de ellos, regresa.

Escena cotidiana, con mucho viento, en las Islas Mavinas.

Escena cotidiana: el viento manda en la avenida Thatcher de Puerto Argentino.

Aunque es una sociedad pequeña, hay leyes de avanzada. Una es el matrimonio igualitario; la otra es el acceso al aborto libre, seguro y gratuito. El procedimiento no se realiza en las Islas aunque la seguridad social lo cubre, nos explica Mark Pollard, miembro de la Asamblea Legislativa. Este año, piensan sancionar la ley de salario mínimo.

 

El Gobernador, que es el representante de la reina Isabel, no gobierna. No nos dio la entrevista porque no quiso oscurecer el papel de la Asamblea Legislativa, integrada por ocho miembros (esos a los que la gente enfrenta en los supermercados), entre los que hay seis hombres y dos mujeres. El señor se llama Nigel Phillips y lo vemos compartiendo un cóctel con locales en el bar del hotel Malvina (es un nombre escocés, que nada tiene que ver con la denominación que le damos al archipiélago). Lleva colgada en su pecho una cruz de malta decorada con una piedra que parece lapizlázuli: toda una antigüedad excéntrica para un republicano.

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Como no hay partidos políticos, quienes se presentan como candidatos a la legislatura lo hacen en nombre personal. Si no salís elegido, te puede doler el ego, admiten los legisladores. En las últimas elecciones, en noviembre pasado, se presentaron 15 candidatos. Le pregunto a Leona Vidal Roberts, una de las nuevas legisladoras, por qué se dedicó a la política y me dice simplemente: “Como no me gustaban las decisiones que tomaban otros, pensé que tal vez debía hacerlo yo”. La relación con la Argentina es un tema difícil para el Gobierno y no hay una postura única entre los isleños. Pero el asunto que se lleva el primer lugar de las quejas cotidianas es la conexión a Internet, por pobre y cara. Como es satelital, resulta lenta y poco confiable. Eso también marca la dinámica social de las islas. Por ejemplo: nadie está colgado del teléfono para ver Instagram o WhatsApp. La red social más popular es Facebook, pero se maneja desde casa. Entre las 12 de la noche y las 6 de la mañana, la conexión es gratis. Entonces, se pueden descargar los esperados contenidos de Netflix.

 

Modernidad. Las islas estarán aisladas en el medio del Atlántico, pero no escapan a las tendencias mundiales, lo que antes del conflicto armado hubiera sido impensable. Lo pone en evidencia un café ubicado en la calle Philomel, el Bitter Sweet, cuya dueña es Julie Clarwe. Una mujer dura, bastante renuente con los argentinos, y una de la primeras lesbianas en haber salido del closet. Y el lugar, en el que se despacha bastante cerveza y pizza sin TACC, es el primero donde se reúnen abiertamente hombres y mujeres gays. Una bandera arco iris, con el escudo de las islas, lo dice todo.

Los turistas invaden la capital isleña desde un crucero. Llegan sólo por unas pocas horas.

Los turistas invaden la capital isleña desde un crucero. Llegan sólo por unas pocas horas.

¿Era difícil ser gay antes?, le pregunto, y Julie junta aire en sus cachetes y los suelta en un solo soplido, como asintiendo con énfasis. Pero ahora, en cambio, se celebra el Día del Orgullo Gay. Hasta planeaban un show con drag queens, en el que Nick, el hijo de Vidal Roberts, iba a ser la estrella. Él acaba de regresar de ocho años en Londres. Cuando llegó allí, fue a un concierto con 8 mil personas. Aún no puede olvidar el impacto que le causó ver un estadio con más del doble de gente que en todas las islas. Ahora que volvió, lleva un estilo de vida parecido al de Gran Bretaña: sin prejuicios.

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Las ovejas mandan en las Islas: hay 153 por cada habitante. La carne de vaca que se consume es un zapato. Los calamares van para España.

¿Cómo es ser joven en las Islas?, le pregunto a Karen. Tiene 28 años. Estudió educación física en Gran Bretaña, pero trabaja en el Gobierno. Ella confiesa que cruzarse con un ex, o saber que estuvo con una amiga, es algo posible y difícil de digerir. Pero resalta otros encantos del archipiélago: “Te tienen que gustar las pequeñas cosas. Aquí, a diez minutos, hay una playa con pingüinos. Si no te importa divertirte hasta las 23:30, es bárbaro. Si necesitás ayuda, es genial. Pero si no te gusta una comunidad chica, este no es tu lugar. La gente es chismosa”.

 

Vidal Roberts reconoce que el alcoholismo es un problema y provoca violencia doméstica (hay 9 presos en la única cárcel). “En los ‘70 había una gran tasa de divorcio. Creo que es porque no había ningún lugar a dónde ir. Si alguien tiene un affaire, todos lo van a saber. Somos una sociedad pequeña, nos conocemos, nos cuidamos mucho. El lado negativo es que somos chismosos”, confiesa.

 

La fiesta terminará temprano pero es intensa. Y la diversión parece intergeneracional. Mientras las tropas bailaban música tecno, en la otra punta de la ciudad, o sea, a unas pocas cuadras, viejos, maduros y jóvenes bailan el hit de REM, Losing my religion, que dos señores algo desafinados cantan en vivo. Lo hacen con poses exacerbadas, como ridiculizándose a sí mismos. Ríen.

 

Jonhy Cash, el cantautor folk norteamericano que murió en 2003, sigue siendo un ídolo en las islas. Un señor al que apodan Carrot (literalmente: zanahoria) se emociona cuando lo escucha. Vamos en camino a Volunteer Point, un lugar donde hay tres clases de pingüinos. Es uno de esos tipos que se ríe de cualquier chiste, y devuelve ironías como pelotas de tenis. Aquí no hay camino por dónde andar. Y el humor es el mejor remedio contra el dolor de cervicales.

Trinchera argentina. Ahora es una especie de santuario para ex combatientes. Y un sitio turístico también.

Trinchera argentina. Ahora es una especie de santuario para ex combatientes. Y un sitio turístico también.

Para moverse entre las islas, mejor es la avioneta. Antes de subirse a una, te pesan en una balanza. Luego, una mujer antipática te dice dónde sentarte aunque los pilotos –dos tipos muy apuestos– después deshagan sus órdenes. Por aire se transportan pasajeros, enfermos, ovejas, pingüinos y gallinas… Desde la avioneta, se divisan en el Atlántico unas algas rojas, que con el movimiento de las olas se parecen a una ondulante cabellera. Es el famoso Kelp, que –alguna vez– les dio a los habitantes de las islas un nombre para olvidar: kelper.

 

Brexit. Debe ser la temporada en que los barcos pesqueros cambian su flota, porque el vuelo hacia las islas va lleno de caras extrañas, que hablan en todos los idiomas. Son tipos de cuerpos grandes y modales toscos. Y por cierto, ruidosos. Pero son los que le dan vida a la economía. En tierra firme, el mayor empleador es el sector lanar (las ovejas están en todas partes: hay 153 por cada habitante, y han provocado una erosión importante del suelo, un problema cuya dimensión se está estudiando). El Estado es el otro gran empleador. Y, aunque todo parezca viento en popa, hay en el horizonte una preocupación: se llama Brexit.

 

Aquí también se votó en el referéndum que decidió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, aunque ganó la opción de quedarse. Si el Reino Unido termina divorciándose de sus socios comerciales del continente, podría tener consecuencias para la economía en todos los rubros: desde la exportación de carne y lana, hasta la pesca y la actividad científica, que vive de los subsidios comunitarios. El petróleo, que por el bajo precio del barril aún no se explota, está en veremos.

 

La turba, que constituye el suelo de las islas, es bueno para secuestrar carbono de la atmósfera (algo muy importante en tiempos de cambio climático), pero horrible para hacer crecer cualquier cultivo que no haya evolucionado en estas condiciones. Es demasiado ácido. De los invernaderos surgen unas manzanas que se consiguen en los supermercados (hay dos). Y no tienen gusto a nada. En cambio, el cordero es delicioso. La carne de vaca, directamente un zapato.

 

Un sector que no se vería afectado por el Brexit, sin embargo, es el turismo. En un día ventoso, como siempre, un crucero con miles de personas quiebra la paz pueblerina con señores de todas las procedencias, desde chinos hasta argentinos. Muchos argentinos. Unos cien barcos amarran por año en la bahía, trayendo unos 55 mil turistas. Una de las principales atracciones es la estatua de Margaret Thatcher, en la calle Ros, así como monumentos dedicados a los ex combatientes de las guerras mundiales.

 

Por la noche, cuando el último turista se haya ido, la ciudad volverá a esa falsa calma. En Water Front, el restaurante de un chileno llamado Alex, los parroquianos se vestirán con ropa elegante para cenar bastante rico. Y, entre copas de vino tinto, también chileno, hablarán de la vida, con pose cosmopolita. Aunque después haya que salir a la calle desierta, con niebla. Y que el viento te pegue otra vez en la cara.

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