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Malón feminista

Si la medición trucha de pobreza de la UCA que se usó para la campaña del 2015 contra el kirchnerismo se aplicara ahora, tendría que dar más del 50 por ciento de pobreza. Entre la disparada del dólar y el sinfín de la crisis económica, la lucha por la despenalización del aborto se abrió camino […]

Si la medición trucha de pobreza de la UCA que se usó para la campaña del 2015 contra el kirchnerismo se aplicara ahora, tendría que dar más del 50 por ciento de pobreza. Entre la disparada del dólar y el sinfín de la crisis económica, la lucha por la despenalización del aborto se abrió camino por su propio peso, como un malón feminista, el movimiento de mujeres se ha ganado definitivamente su propio espacio de protagonismo en la política. No fue una cortina de humo. O en el mejor de los casos, la cortina de humo se convirtió en otro dolor de cabeza para la derecha argentina, junto con el descontrol de la economía, los paros convocados por las centrales de trabajadores y el paro de camioneros y docentes.

 

Todo al mismo tiempo. Así pasa a veces. Mauricio Macri abrió una puerta para descomprimir y se le volvió en contra. No es un tema central para un Macri que ha demostrado poca sensibilidad para problemáticas sociales, pero sí lo es para la sociedad argentina, atrasada en muchos años en un planeta donde la mayoría de los países han desterrado la penalización medieval del aborto.

 

En realidad, la gran puerta para ese debate había comenzado a abrirse antes, primero con los encuentros nacionales de mujeres y después con las grandes movilizaciones contra los feminicidios que fructificaron en las Ni una menos. Son reivindicaciones puntuales sobre las que avanzó el movimiento feminista, pero que instalaron el debate de fondo, que engloba a todas y todos, sobre un modelo ya decadente de patriarcado.

 

La vigilia del miércoles fue impresionante. Sobresaltó incluso a una fanatizada antifeminista como Elisa Carrió que la describió como “indigenismo urbanista” por los fogones que brillaban a lo largo de Callao. Las instituciones más conservadoras tendrían que reflexionar la forma como se sumaron con tanta energía mujeres jóvenes y adolescentes. Las movilizaciones del Ni una menos provocaron en la sociedad remezones subterráneos, a veces inesperados, como esta reacción de jóvenes y adolescentes que, generación tras generación, han visto con terror en sus posibles futuros la escena de un aborto clandestino, solitario, peligroso y encima castigado con la cárcel y estigmatizado por la sociedad.

 

Para esas jóvenes, incluso pibas, participar en esa lucha fue liberador de fantasmas sobre los riesgos y castigos que injustamente la sociedad patriarcal cargó en sus cuerpos. Es difícil explicar esa masividad y el entusiasmo, si no fuera para sacar esa carga de horror sobre su futuro. Los abrazos y el llanto con que recibieron el resultado de la votación de Diputados fueron una explosión de alivio y de satisfacción profunda por haber luchado, por haber estado ahí.

 

Hubo una diferencia entre esa irrupción masiva y el desdén o las miradas oblicuas con que eran recibidas las feministas hasta no hace tantos años, no solamente por los hombres, sino también por muchas mujeres. Mi madre, Laura Bonaparte, fue militante feminista, aquí en la Argentina y después en México, donde activó en un colectivo de mujeres. A su regreso participó en actividades de ATEM y luego en la creación de la Comisión por el Derecho al Aborto en 1988, cuando la palabra aborto era evitada incluso en ámbitos progresistas y populares. Era la única Madre de Plaza de Mayo en el movimiento de mujeres por el aborto, lo que fue uno de los catalizadores para un debate que enriqueció al movimiento de derechos humanos, uno de cuyos principales méritos ha sido no congelarse, y abrirse a nuevos horizontes que fueron surgiendo en el tiempo, como los reclamos de las mujeres, del movimiento LGTB, o de los soldados torturados en Malvinas.

 

“… Para nosotras (el aborto) significa hacernos cargo, en estas condiciones, a escondidas, de nuestra ‘enteridad’, de nuestra propia humanidad, sin ningún respaldo legal que garantice nuestras vidas al hacer nuestro, nuestro cuerpo, sin ley que nos proteja, sin ley que nos ayude a decidir, sin ley que nos acompañe –decía un volante de la Comisión que ella había escrito en 1992–(…) ¿Qué pasa con la subjetividad, la vida interior, la identidad, la capacidad de pensar autónomamente, de las mujeres, si su vientre y por lo tanto su función reproductiva y su sexualidad están amenazados con el control absoluto de una ley que la castigará si no obedece? Si la situación fuese solo esquizofrénica, sería, por supuesto, grave. Es peor aún: es inmoral. (…)Queremos, debemos y tenemos el derecho de apropiarnos de nuestro cuerpo. Reclamamos el derecho a ser mujeres enteras: íntegras ya lo somos. Que nuestra enteridad sea reconocida por ley”.

 

La diferencia entre el poco entusiasmo con que era recibido ese mensaje en aquellos tiempos y la fuerte movilización de ahora para que el Congreso despenalice el aborto revela un fuerte reajuste cultural. Se ha descorrido un velo que anestesiaba la reacción contra la violencia, la estigmatización y el trato desigual sobre las mujeres de un sistema vetusto que impone roles y castigos.

 

Aunque hubo votos cruzados en Diputados, la gran mayoría del peronismo votó por la legalización y la mayoría del oficialismo por el mantenimiento del castigo. En el Senado, el bloque que integra la ex presidente Cristina Kirchner ya anunció que votará por la legalización. Constituye una deuda del gobierno kirchnerista, que si bien generó derechos como el matrimonio igualitario, se abstuvo de introducir el debate sobre el aborto.

 

En contrapartida, Macri habilitó ese debate parlamentario en medio de la peor protesta por las reformas previsional y laboral y ante la inminencia de los tarifazos. Nadie puede decir que la despenalización se encuentre entre sus temas prioritarios. No es descabellado concluir que esa apertura fue un intento de parte suya para desviar la atención de la problemática socioeconómica. Pero la respuesta tan fuerte del movimiento de mujeres se sumó a una sociedad hipermovilizada contra el FMI, los tarifazos, las paritarias, la carestía de la vida, docentes, camioneros, trabajadores del subte y del Estado, millones de personas movilizadas en 15 días por distintos motivos contra el gobierno. En vez de aparecer como ajena a ese clima, la lucha contra el aborto clandestino que mata a miles de mujeres humildes se incorporó naturalmente a la agenda. No funcionó como cortina de humo, como lo quiso usar el gobierno sino que, por el contrario, el debate facilitó su visualización como parte de las luchas populares. Y esas luchas no tienen bandera partidaria, pero están en la oposición, más allá de algunos diputados de Cambiemos que votaron a contrapelo de su bloque.

 

No hubo superposición. Hablar de esa gran movilización es hablar de la movilización de la CTEP o la del Obelisco contra el FMI, o la de los docentes. La truchada de que a la salida del gobierno kirchnerista había un tercio del país en la pobreza fue un argumento que necesitaba la derecha para consolidar la idea de que ninguna medida de distribución del ingreso disminuye la pobreza. Desde la ortodoxia neoliberal quisieron convencer a la sociedad que para achicar a la pobreza hay que enriquecer a los ricos porque eso activa la economía. Necesitan decir que el kirchnerismo dejó esa cantidad de pobres, para instalar como antítesis su consigna de “Pobreza cero”.

 

Durante el kirchnerismo, el Observatorio de la Universidad Católica cambió la canasta básica de elementos con que se medía la línea de pobreza y aplicó una de las más caras y rigurosas de la región, mucho más cara que las que se usan en Brasil o en México. Además, duplicó su valor (la llevó de 2700 a 5600 pesos) entre 2014 y 2015, por la devaluación del 12 por ciento y la inflación del 20 por ciento que se produjo ese año. Hizo la medición antes de las paritarias que recuperaron esa diferencia y presentó la medición en medio de la campaña electoral. Muy trucho.

 

Si aplicara ahora esa misma metodología, después de devaluaciones del 300 por ciento (el valor del dólar se triplicó desde 2015), de inflación imparable (dos años y medio de doble inflación que durante el kirchnerismo) y tarifazos exorbitantes, la canasta para fijar la línea de pobreza tendría que superar los 25 mil pesos, para una familia tipo. Más de la mitad de la población estaría por debajo de esa línea. Sobre todo si se agrega a esa lista de calamidades el creciente desempleo y el cierre de fuentes de trabajo por el quebranto de miles de pequeñas y medianas empresas y comercios. Son números que se pueden dibujar como hizo el macrismo, pero nadie puede ocultar la profunda crisis económica y la pobreza, el achicamiento de ingresos, la fuerte caída en la calidad de vida y la proliferación alarmante de personas en situación de calle que produjo el gobierno de Cambiemos.

 

Sería un error separar la lucha del movimiento feminista de las demás luchas populares que se dan en este contexto de destrucción de las redes de contención en una sociedad en caída libre. El triunfo de la despenalización del aborto en Diputados respaldado por una gran movilización en las calles, es similar a la retirada de la reforma laboral y a la derrota del 2 x 1 a los represores, que fueron logrados también por movilizaciones que repercutieron en la justicia y en el Congreso. En una sociedad cuya subjetividad ha sido capturada en gran medida por la corporación de medios oficialistas, la calle los ha reemplazado para convertirse en expresión de la realidad, donde decenas de actos y movilizaciones se entrecruzan para exponer las problemáticas y los reclamos que esos medios invisibilizan.

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