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Piropos en la calle: hombres y mujeres los viven distinto

Suele gritarle, silbarle o dirigirse directamente a mujeres que no conoce? Martín Ramos es porteño y empleado municipal. Tiene 33 años y trabaja en el microcentro. Cada día, dice, se cruza en la calle con cientos de mujeres. «Si veo una chica linda y me surge decirle algo, se lo digo. Tampoco es que vaya […]

Suele gritarle, silbarle o dirigirse directamente a mujeres que no conoce? Martín Ramos es porteño y empleado municipal. Tiene 33 años y trabaja en el microcentro. Cada día, dice, se cruza en la calle con cientos de mujeres. «Si veo una chica linda y me surge decirle algo, se lo digo. Tampoco es que vaya piropeando todo el tiempo. Es algo que sale de forma espontánea, y más cuando estoy con amigos», confiesa. ¿Cómo cree que toman las mujeres esta actitud suya hacia ellas? «No me detengo a pensar si el comentario puede molestarle o no. Si no es desubicado, creo que en el fondo a las mujeres les gusta que las piropeen. Las halaga».

La suposición de Martín no es aislada. Seis de cada diez hombres argentinos piensan como él. Así se desprende del último trabajo sobre acoso callejero que realizó la Universidad Abierta Interamericana (UAI), que entrevistó a 1567 personas mayores de 18 años, en todo el país.

Para el 62% de los varones, a las mujeres les agrada que las silben, les griten o se dirijan a ellas en la calle. ¿Qué opinan las mujeres? Ocho de cada diez reconocieron haber sufrido algún tipo de acoso en la vía pública, y una mayoría absoluta (98,7%) dijo experimentar sentimientos negativos frente esas situaciones. «Bronca, rabia, asco, miedo, inseguridad y angustia» fueron las reacciones más mencionadas; solo el 1,2% se inclinó por el término «satisfacción».

La apreciación de los varones sobre cómo reciben las mujeres este tipo de actitudes, desde un silbido hasta un comentario sexual explícito, varía según la edad. Los más jóvenes, entre los 18 y los 34 años, son los que más insisten en decir que a las mujeres «les agrada» esa situación. Solo dos de cada diez hombres mayores de 55 años piensan de la misma manera. Cuando se les preguntó el motivo por el cual eligen tomar esa actitud con las mujeres, las respuestas también difieren con la edad. «Me gusta halagarlas», fue la chance más elegida (con casi un 50%) por los que tienen entre 18 y 34 años. En cambio, la opción «me provoca su forma de vestir» fue la señalada por cuatro de cada diez hombres mayores de 55 años

Otro de los resultados del trabajo de la UAI revela que el «40,5% de las mujeres dice que los hombres se ríen o se burlan cuando ellas reaccionan frente al acoso». También, que la mitad de las mujeres cruzan de vereda cuando ven a un grupo de hombres reunidos, y cuatro de cada diez confiesan que les da miedo caminar solas por la calle.

El próximo domingo comenzará una nueva edición de la Semana Internacional contra el Acoso Callejero, «que disfrazado de piropo es una de las violencias contra la mujer más naturalizadas en nuestra cultura», sintetiza la periodista Bai Accinelli, integrante de la organización civil Acción Respeto: por una calle libre de acoso.

Fuente: LA NACION

Habrá campañas de concientización, actividades en varias ciudades y acciones que se difundirán por las redes sociales en más de 37 países. «Las mujeres no somos objeto de exclamación y observaciones con respecto a nuestro cuerpo o nuestro vestuario. En el acoso callejero no hay dos interlocutores. La mujer no pide la opinión de ese otro que la interpela en el espacio público y la invade. Y no es una exageración. Queremos que deje de ser visto como una tradición cultural, como algo folclórico».

Para Ángel Elgier, director de la carrera de Psicología de la UAI, la diferencia en la percepción del acoso entre hombres y mujeres plantea un enorme desafío. «Es una práctica legitimizada socialmente que refuerza la dominación simbólica del hombre hacia la mujer. Pero hay que entender que hay tres derechos fundamentales que se ven atropellados en este tipo de actos: la integridad, la privacidad y la seguridad. Los piropos deshumanizan a las persona, dañan su integridad moral y cosifican a la mujer», afirma. Está convencido de que las políticas de Estado son determinantes para visibilizar el acoso y erradicarlo.

«La ciudad de Buenos Aires fue la primera en sancionar una ley de acoso callejero. Pero a casi un año de su implementación se registran pocas denuncias. Según la encuesta, el 90% de las mujeres no denuncia nunca. Y de las que sí lo hicieron, siete de cada diez dijeron no quedar conformes», detalla Elgier.

Fernanda Mariani tiene 29 años y es publicista. Afirma que cuando un hombre la interpela en la calle para hacer alguna observación sobre ella, esa actitud le provoca desde rechazo, bronca, fastidio y también miedo. Cuando tenía 15 años, un hombre en bicicleta se acercó para preguntarle si conocía una calle. «Le indiqué dónde era. Pero después empezó a decirme que era linda, que fuéramos a tomar algo. Seguí caminando hasta llegar a mi casa, me apuré a abrir la puerta del edificio y en ese momento soltó la bici y se me quiso tirar encima. No sé cómo logré zafar. Corrí a mi casa llorando».

Esa escalada de violencia, que puede ser repentina e inesperada, es la que pone en alerta a muchas mujeres cuando transitan por la calle. «Un comentario halagador puede ser el primer paso de una agresión mucho más violenta. Por eso insistimos en que no se trata de una exageración -advierte Accinelli-. Muchas veces las mujeres sienten que tienen que salir armadas de coraje, envalentonadas».

Como educadora y directora de Proyectos del Consejo Económico y Social de la Ciudad (Cesba), Laura Velasco recuerda cómo la vergüenza, la hostilidad y el miedo son sentimientos frecuentes en las mujeres, ya desde la infancia, frente a múltiples situaciones de acoso: «La ciudad no es amigable con las mujeres. Cuando un varón teme una situación de inseguridad piensa en un robo donde la vida puede estar en riesgo».

«La inseguridad en la calle para las mujeres también es la posibilidad de sufrir un ataque sexual, de ser violadas o asesinadas por nuestra condición de mujeres, para adueñarse de nuestros cuerpos y usarlos. Cada día ocurre un femicidio en la Argentina que nos recuerda que no se escucha nuestra voz diciendo no es no, que tienen que cesar todas las formas de violencia: desde las que nos quitan la vida hasta los micromachismos culturalmente aceptados, en chistes misóginos o piropos que molestan», concluye.

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