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Cuando la salvación depende del otro

¿Tienen algo en común este Mundial de fútbol y la «ley Justina»? ¿Y si, a su medida, ambas cuestiones son manifestaciones de que dependemos de los otros, aún de aquellos que rechazamos?   En Argentina se celebra que, a partir de la “ley Justina”, todos los ciudadanos son donantes de órganos salvo manifiesta expresión de […]

¿Tienen algo en común este Mundial de fútbol y la «ley Justina»? ¿Y si, a su medida, ambas cuestiones son manifestaciones de que dependemos de los otros, aún de aquellos que rechazamos?

 

En Argentina se celebra que, a partir de la “ley Justina”, todos los ciudadanos son donantes de órganos salvo manifiesta expresión de lo contrario, suceso que tendrá como consecuencia una mayor dinámica en el proceso de donación. Sin embargo, se estima que un millón de personas han optado por negar su condición de donantes, haciendo explícito su rechazo a que otros puedan obtener una sobrevida gracias a sus órganos.

 

Pero ¿por qué alguien se negaría a donar órganos si este proceso sólo se da en caso de muerte? Podríamos pensar, entre tantas respuestas posibles, en el principio capitalista de derecho único de usufructo de la propiedad privada. ¿Qué es esto? Supongamos lo siguiente: nos enteramos que hemos recibido como herencia de un pariente lejano una casa en otro país, país que por razones políticas y económicas no podemos visitar. Asimismo, se da un impedimento legal el cual nos prohíbe alquilar u obtener algún tipo de rédito de esa propiedad. En definitiva, es nuestra casa pero no podemos hacer ningún tipo de uso sobre ella, ni habitarla, ni alquilarla, ni venderla. Ahora bien, imaginemos que al poco tiempo de saber de su existencia nos llega la noticia de que una familia carenciada del lugar ocupó dicha propiedad ya que es su única manera de poder tener un lugar donde vivir ¿llevaríamos a la distancia medidas para que la desalojen? ¿Nos enojaremos y nos sentiremos avasallados por la apropiación de un bien que no podemos utilizar?

 

Como bien sabemos, el proceso de donación de órganos comienza cuando el donante fallece (siempre y cuando hablemos de órganos vitales) y la muerte, en este caso, no es objeto de duda: cuando se demuestra la muerte irreversible recién ahí los órganos pueden ser extraídos. Entonces ¿para qué quisiera alguien sus órganos si no le son funcionales ni, mucho menos, puede tener conciencia de tenerlos? La respuesta es el absurdo, pero no obstante un millón de personas eligieron esta vía, la de no ceder los derechos de un bien el cual no pueden usufructuar por el hecho de que esos bienes son de su propiedad.

 

De todas maneras existe otra variable que se abre en cuanto a este tema: la necesidad que tenemos los unos de los otros para sobrevivir. El filósofo francés Jean Luc Nancy supo expresar con maestría estas cuestiones ya que él mismo recibió un corazón para poder continuar con su vida, señalando la paradoja de que un “intruso” en su cuerpo pueda cumplir la función que el originario no fue capaz de hacer. El extraño, el otro, el diferente logra más que lo propio. Así entonces, el “intruso” del cuerpo que puede ser una infección también puede ser la salvación, mostrando que lo propio no es necesariamente sinónimo de vida.

 

Es en la relación de los otros con nosotros, en la reflexión en torno a lo natural y lo artificial, a lo propio y a lo ajeno donde nos excedemos de pensar la propia corporalidad para pasar a pensar a la sociedad misma, sociedad que no se cansa de señalar a los impropios, los extranjeros o los diferentes pero que, al mismo tiempo, requiere de ellos para sobrevivir. Si quisiéramos ver un ejemplo trivial podemos observar lo que sucede en la Copa del Mundo con selecciones como la de Francia o Bélgica. En una época donde el discurso xenófobo y anti-inmigratorio gana cada vez más terreno, los mismos que gritan contra los inmigrantes son los que gritan los goles de los inmigrantes o sus hijos.

 

¿Cómo puede un grupo social ser, según algunos, el causante de todos los males pero también el provocador de tan grandes alegrías? ¿Por qué es tan difícil admitir nuestra necesidad de los otros? ¿Por qué no aceptamos que el extranjero es parte necesaria de nuestra vida? Legislar sobre los órganos es legislar sobre aquella porción de nuestro ser que no puede ser catalogado ni por etnia, sexualidad o religión. ¿Será este el motivo de enojo de tantos? ¿Será que no están dispuestos a avalar las similitudes ni cuánto necesitamos de los otros para ser?

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